TRIPLE METODO
Al igual que ellos, expuso el tema de sus sermones de acuerdo con el triple «método»
de proposición, prueba y aplicación: o
«doctrina, razón y uso»,
como lo llamaban los puritanos.
4 grandes intereses o propósitos-
+ interés bíblico. el mismo que tenía el traductor de la Biblia, William Tyndale; ese interés guio a los puritanos a adoptar, al igual que Tyndale, una doctrina reformada de la justificación por fe
+ interés pietista: Valores como la humildad, la frugalidad, la contención, el sentido del deber y del orden…disciplina puritana de escribir un diario, como una especie de confesionario privado, con la intención de ejercitarse en el «trabajo de corazón», para tener un mejor conocimiento de sí mismo, para velar sobre su propio corazón, para arrepentirse diariamente de sus pecados, y para llevar un registro metódico de sus alabanzas y sus oraciones
+ Su interés eclesiástico era el mismo que tenía Juan Calvino, quien consideraba que la gloria de Dios siempre era la prioridad y el objetivo de la vida corporativa de su gente, y que además creía que los asuntos correspondientes a la fe, la forma y la fidelidad de las iglesias nacionales y extranjeras, eran una cuestión que requería de cuidados interminables
+ Su interés terrenal era el mismo que tenía John Knox, quien creía que la bendición de la reforma nacional implicaba, por una parte, un llamado de Dios para moldear la piedad comunitaria, y, por otra parte, una amenaza de juicio para aquellos que no atendieran al llamado.
La esencia del puritanismo consistía en una sincera dedicación para velar por estos cuatro intereses, por medio de la predicación y la oración, el uso de propaganda y panfletos, los programas para cambiar a la iglesia, y finalmente, por medio de promover un tipo de educación que despertara la conciencia en todos los niveles, desde la familia y la escuela de la comunidad, hasta las universidades.
Los puritanos como cuerpo compartían los cuatro intereses mencionados anteriormente, y los veían holísticamente, como elementos integrales e inseparables que eran necesarios para la santificación social que ellos soñaban ver dentro del espectro de congéneres, terratenientes, clérigos, educadores, abogados, políticos, artesanos, comerciantes, mujeres, etc
la mortificación del pecado, la vivificación de los hábitos de gracia, la observancia del Sabbat, el gobierno de la familia, el conocimiento profundo de la Biblia, el trabajo duro en sus vocaciones, la práctica de la pureza, la justicia, y la filantropía en todas sus relaciones interpersonales, y el mantenimiento de una comunión con Dios por medio de la oración constante; y eso lo sabemos porque esas eran las cosas que más enfatizaban sus predicadores. El sentido de ser llamados por Dios para practicar y establecer la santidad dondequiera que fueran, y para hacer una cruzada juntos en pro de la transformación moral y espiritual de Inglaterra, era un sentido fuerte en sus corazones; y además, ellos valoraban las interminables instrucciones que les daban sus predicadores acerca de la religión personal, pues las consideraban como instrucciones que restauraban su visión de Dios, renovaban su entendimiento de la gracia, y recargaban sus baterías para realizar las tareas que tenían por delante. A ellos les gustaba la predicación fuerte, drástica, desinhibida, realista, centrada, «sencilla», expositiva, y que va del corazón del predicador al corazón de la audiencia, la cual despertaba sus conciencias y exaltaba Cristo; ese era el tipo de
expositiva, y que va del corazón del predicador al corazón de la audiencia, la cual despertaba sus conciencias y exaltaba Cristo; ese era el tipo de predicación que fue el sello distintivo de los púlpitos puritanos en todo momento, de manera que, en las mentes de las personas, esa parecía ser la única manera adecuada a través de la cual un predicador debía hablar de los asuntos de la eternidad. De hecho, el amor por ese tipo de predicación era un vínculo muy fuerte entre todos ellos, y eso nos revela mucho con respecto a la mentalidad que ellos tenían. Al ser creyentes serios, sin pretensiones, humildes, sobrios, confiados en Cristo, justos y equitativos en todos sus tratos, totalmente intransigentes cuando la verdad y la gloria de Dios estaban en juego, dispuestos a aceptar la impopularidad y a sufrir por tomar una postura firme, los puritanos eran, por mucho, los ingleses más impresionantes de su época. A corto plazo, ellos perdieron sus batallas y fracasaron en sus propósitos reformadores; sin embargo, a largo plazo, lograron mucho a favor del cristianismo de Inglaterra (sin mencionar el impacto que tuvieron en América), con una trascendencia mayor a la de cualquier otro grupo que haya tenido aspiraciones de funcionar como agente de cambio en la nación; y por otra parte, las generaciones que los han sucedido han comprobado que el legado de sus ministerios tiene recursos que todavía no han podido ser agotados.
Con respecto a la piedad que era parte central del puritanismo, podemos generalizar de la siguiente manera.
Existen cuatro cualidades que destacan la naturaleza de esa piedad.
La primera es la humildad, una sencillez de corazón cultivada por una criatura pecaminosa que siempre está consciente de la presencia de un Dios grande y santo, que sabe que sólo puede vivir ante Él a través de recibir Su perdón de manera constante.
La segunda es la receptividad, un sentido de apertura a ser enseñados, corregidos, y dirigidos por lo que descubrimos en las Escrituras; además de una disposición para ser disciplinados por las tinieblas de la desilusión y la deserción interna, así como para ser animados por las benditas providencias; y también, una prontitud para creer que la buena mano de un Dios fiel y misericordioso, Quien está madurando a Sus hijos para la gloria futura, es la que está controlando todo, tanto las cosas ásperas como las suaves.
La tercera es la doxología, una pasión por convertir todo en adoración y de esa manera glorificar a Dios a través de todas nuestras palabras y nuestras obras.
La cuarta es la energía, una energía espiritual que surge de la verdadera ética de trabajo protestante, la cual condena la pereza y la pasividad considerándolas como irreligiosas, por el hecho de que, aún queda mucho por hacer antes de que el nombre de Dios sea santificado como es debido en todo el mundo.
Es evidente que esas cuatro cualidades están formadas por la manera en la que los puritanos veían a Dios, es decir, la perspectiva que ellos tenían con respecto a Quién es Dios y qué es lo que Dios hace; y también es evidente que estas cualidades juntas constituyen una mentalidad y un estado del corazón que, una vez que han sido formados, no pueden ser desalentados ni destruidos por nada. En la combinación de estas cuatro cualidades yace el secreto de la indomable e inagotable fuerza interior de los puritanos.
Para todos los puritanos, el paisaje de la piedad (es decir, la topografía espiritual de las situaciones cotidianas de la vida en las cuales cada santo sirve a Dios) estaba determinado por cuatro realidades, sobre las cuales, como lo testifican sus escritos, hicieron un gran esfuerzo expositivo.
Estas realidades eran
(1) la soberanía y la santidad de Dios, bajo Cuyos ojos vivimos, en Cuyas manos estamos, y Cuyo propósito de que seamos santos como Él es santo, explica Sus tratos para con nuestras vidas;
(2) la dignidad y la depravación de los seres humanos, quienes fueron hechos por Dios pero fueron arruinados por el pecado y ahora tienen una necesidad total de ser renovados por gracia;
(3) el amor y el señorío de Cristo, Quien es el Mediador, el Salvador y Rey de los cristianos; y
(4) la luz y el poder del Espíritu Santo, Quien se encarga de convencer, vivificar, regenerar, testificar, guiar, y santificar.
Además, cuando los puritanos trazaban el camino de la piedad, se enfocaban en cuatro áreas en particular, a las cuales recurrían constantemente en sus predicaciones:
(1) los primeros pasos (convicción y conversión a través de la fe y el arrepentimiento en Cristo, lo cual guía hacia la seguridad de salvación);
(2) la lucha (en contra del mundo, de la carne, y del Diablo, como uno que busca permanecer acercándose a su Dios);
(3) la comunión (con Dios a través de la oración, y con otros cristianos a través de los medios de «conferencia», es decir, a través de hablar entre ellos y compartir sus experiencias); y
(4) la culminación (morir correctamente, en fe y esperanza, con todos los preparativos hechos y con una conciencia limpia y tranquila a medida que uno avanza hacia ese encuentro trascendental y final con el Padre y con el Hijo).
Asimismo, había cuatro aspectos adicionales que permeaban toda la enseñanza práctica de los puritanos:
(1) la necesidad de que los cristianos se vieran a sí mismos como guerreros y peregrinos, que están en un viaje hacia su hogar con Dios;
(2) la necesidad de que los cristianos eduquen, sensibilicen, y protejan sus conciencias en todos los asuntos correspondientes a las obligaciones que Dios demanda de ellos;
(3) la necesidad de que los cristianos santifiquen todas sus relaciones personales, atendiéndolas de una manera responsable, benevolente, y creativa, con tal de buscar agradarle a Dios, quien nos llama a amar a nuestro prójimo; y
(4) la necesidad de que los cristianos se deleiten en Dios y lo alaben alegremente en todo tiempo. Así era la piedad puritana: fiel, reflexiva, «dolorosa» (palabra que en los tiempos de los puritanos tenía una connotación de esfuerzo y trabajo duro), y alegre. De manera que, ahora podemos entender por qué para muchos evangélicos, desde el siglo XVIII en adelante, el hecho de llamar a alguien «puritano» representaba una forma de hacer un cumplido.
En primer lugar, estos puritanos eran grandes pensadores. El movimiento puritano fue liderado principalmente por pastores, y la mayoría de los líderes entre los pastores eran polímatas brillantes y elocuentes que habían sido entrenados en las universidades(Baxter y Bunyan fueron excepciones muy sobresalientes, y Baxter se convirtió en un polímata que sobrepasaba las capacidades de muchos, a pesar de que no era un hombre de universidad). Esa era una época de efervescencia intelectual en muchas áreas, y los maestros puritanos tenían que estar al tanto de muchas cosas: la exégesis bíblica, que se practicaba a un nivel de competencia mucho más alto de lo que se suele reconocer; los pormenores de la teología reformada.
la herencia de teología práctica, pastoral, y devocional que Greenham, Perkins y sus seguidores habían comenzado a desarrollar, y que otros hombres fueron perfeccionando constantemente a lo largo de la era puritana. Los principales teólogos puritanos (Owen, Baxter, Sibbes, Preston, el mismo Perkins, Charnock, Howe) logran una enorme y admirable simplicidad al hablar de Dios, y eso demuestra que detrás de ello había un intenso estudio reflexivo, una profunda experiencia cristiana llena de oración, y un agudo sentido de responsabilidad hacia la iglesia en forma corporativa, hacia sus oyentes y lectores en forma individual, y hacia la verdad misma. Esos atributos le dan a la escritura teológica puritana un sabor (que bien podría llamarse unción) que uno difícilmente encontrará en cualquier otro lugar. Lutero solía decir que las tres cosas que hacen a un teólogo son la oración
el pensar en la presencia de Dios, y el conflicto interno y externo (oratio, meditatio, tentatio), y aparentemente esta máxima fue comprobada en las vidas de los grandes puritanos; a medida que uno lee, es posible sentir un poder de pensamiento y una autenticidad espiritual en sus escritos, que muy pocos escritores son capaces de igualar. De manera que, si comparamos sus escritos con una gran parte de la literatura cristiana de nuestros días, nos quedará la impresión de que muchos de los escritos modernos son superficiales, simplistas y descuidados.
En segundo lugar, estos puritanos eran grandes adoradores. Los puritanos servían a un Dios grande, el Dios de la Biblia, Quien no Se siente intimidado por ninguna de las degradantes líneas de pensamiento en contra de Él, las cuales nos oprimen hoy en día. Las únicas líneas de pensamiento que degradaban a Dios y que estaban dentro del campo de la teología protestante de la época puritana eran el arminianismo, que limita la soberanía de Dios, y el socinianismo, que, además de hacer eso, niega la
En tercer lugar, estos puritanos eran grandes en su esperanza. Una fortaleza notable de los puritanos, que los distingue de los cristianos occidentales de hoy en día, fue la firmeza de su dominio de las enseñanzas bíblicas acerca de la esperanza del cielo. Un elemento fundamental en lo que respecta a su cuidado pastoral era su entendimiento de la vida cristiana presente como un viaje a casa, y ellos se esforzaban por animar al pueblo de Dios a mirar hacia adelante y a deleitar sus corazones con lo que está por venir
En cuarto lugar, estos puritanos eran grandes guerreros. Desde cierto punto de vista, los puritanos veían al llamado cristiano como una lucha interminable en contra del mundo, de la carne, y del Diablo, y por consiguiente, se programaban a sí mismos para enfrentar esa lucha. «Él consideró su vida entera como una guerra», dijo Geree en su obra del viejo puritano inglés, «en la que Cristo era su capitán, sus brazos, sus oraciones, y sus lágrimas». Uno de los clásicos de la literatura puritana es El cristiano con toda la armadura de Dios de William Gurnall, el cual tiene por subtítulo la siguiente leyenda: Un tratado acerca de la guerra de los santos contra el Diablo: a través del cual se desenmascara al gran enemigo Dios y de Su pueblo, dejando al descubierto sus políticas, su poder, la sede de su imperio, su perversidad, y los principales designios que tiene en contra de los santos. Una publicación abierta a través de la cual, el cristiano es revestido con armas espirituales para la batalla, y capacitado para portar su armadura, y para utilizar sus armas, y en donde además se presenta un feliz panorama de toda la guerra, esta obra consta de más de 800 000 palabras, y C. H. Spurgeon la describió como «inigualable e invaluable», y por su parte, John Newton dijo que, si sólo pudiera leer un libro además de la Biblia, entonces elegiría ese clásico puritano