EL CUCHARON DE PLATA
Ante los ojos de las
familias de Federico y Susana, ellos sólo compartían la vivienda y sus gastos.
Jamás, nadie, podría comprobar lo contrario.
Una noche Federico invita a su madre a cenar en su
apartamento de soltero.
Durante la cena la madre no pudo quitar su atención de lo
agradable que era Susana, la compañera de apartamento de su hijo.
Durante mucho tiempo ella había tenido sospechas de que su hijo
tenía relación con Susana y al verla, la sospecha no pudo sino acrecentarse.
En el transcurso de
la velada, mientras veía el modo en que los dos se comportaban, se preguntó si
se estarían acostando.
Leyendo el pensamiento de su madre, Federico le dijo:
"Mamá, sé lo que estás pensando, pero te aseguro que Susana y yo sólo
somos compañeros de apartamento".
Aproximadamente una semana después, Susana le comentó a
Federico que desde el día en que su madre vino a cenar no encontraba el
cucharón grande de plata para servir la sopa.
Federico respondió
que, conociendo a su madre, dudaba que ella se lo hubiese llevado, pero que le
escribiría una nota y la dejaría en un lugar visible en la casa de su madre, en
la puerta del refrigerador. Se sentó y escribió:
"Querida mamá: no estoy diciendo que tú cogieras el
cucharón de plata de servir la sopa, pero tampoco estoy diciendo que no lo
hicieras, el hecho es que éste ha desaparecido desde que tú viniste a cenar a
mi casa.
Con todo cariño, Federico".
Unos días más tarde, sobre su escritorio, Federico encontró
una nota de su madre que decía:
"Querido hijo: no estoy diciendo que te acuestas con
Susana pero tampoco estoy diciendo que no lo haces, pero el hecho es que si
Susana se acostara en su propia cama ya habría encontrado el cucharón de plata
de servir la sopa, puesto que yo lo dejé bajo sus sábanas.
Con todo cariño, tú
mamá".
"Si te parece difícil controlar los sentimientos, recuerda que si puedes controlar tus comportamientos"
LAS APARIENCIAS ENGAÑAN
En un día fatídico, se había declarado un gran incendio en una planta química, la cual elaboraba una gran cantidad de productos. Esta planta ocupaba un terreno de una hectárea, con distintos edificios donde funcionaban los distintos laboratorios. Justo en el centro del terreno, estaba levantado el edificio de Administración de la planta, y dentro de él, la caja fuerte donde el dueño guardaba las fórmulas de los productos que elaboraba. El hombre estaba desesperado, pues si perdía esas fórmulas, jamás podría volver a levantar nuevamente su fábrica y volver a producir nada.
Estaban actuando varias dotaciones de bomberos, a las cuales les era muy difícil sofocar el incendio. El dueño de la planta reunió a los jefes de las dotaciones y les dijo: "A la primera dotación de bomberos que llegue a la administración y rescate mis fórmulas, le voy a donar u$s 10.000.-"
Imaginen la locura de los bomberos; duplicaron sus fuerzas, pero era imposible llegar al centro del terreno.
De pronto se escuchó la sirena de una nueva autobomba que llegaba al lugar. Eran los bomberos jubilados del pueblo, quienes raudamente chocaron la pared que rodeaba la planta, la derribaron, entraron a la planta llegando al edificio de la administración. También chocaron las paredes de la administración, destruyendo la caja fuerte y trayendo con ellos hacia fuera las ansiadas fórmulas. Eran los héroes de la jornada.
Una vez sofocado el incendio, el dueño de la planta cumplió con su promesa, y les entregó el cheque por u$s 10.000.-. Se le ocurrió preguntarles a los ancianos y heroicos bomberos: "¿Qué van a hacer con este dinero?" A lo que el jefe de los bomberos jubilados contestó:
"¡VAMOS A ARREGLAR LOS FRENOS DEL CAMIÓN; NOS ANDAMOS LLEVANDO LAS PAREDES POR DELANTE!"
SERVICIAL Y ATENTO
Un profesor fue invitado a dar una conferencia en una base
militar, y en el aeropuerto lo recibió un soldado llamado Ralph.
Mientras se encaminaban a recoger el equipaje, Ralph se
separó del visitante en tres ocasiones: primero para ayudar a una anciana con
su maleta; luego para cargar a dos pequeños a fin de que pudieran ver a Santa
Claus, y después para orientar a una persona. Cada vez regresaba con una
sonrisa en el rostro.
"¿Dónde aprendió a comportarse así?", le preguntó
el profesor. "En la guerra", contestó Ralph.
Entonces le contó su experiencia en Vietnam. Allá su misión
había sido limpiar campos minados. Durante ese tiempo había visto cómo varios
amigos suyos, uno tras otro, encontraban una muerte prematura. "Me
acostumbré a vivir un paso a la vez", explicó. "Nunca sabía si el
siguiente iba a ser el último; por eso tenía que sacar el mayor provecho
posible del momento que transcurría entre alzar un pie y volver a apoyarlo en
el suelo. Me parecía que cada paso era toda una vida".
Nadie puede saber lo que habrá de suceder mañana. Qué triste
sería el mundo si lo supiéramos. Toda la emoción de vivir se perdería, nuestra
vida sería como una película que ya vimos. Ninguna sorpresa, ninguna emoción.
Pienso que lo que se requiere es ver la vida como lo que es: una gran aventura.
Al final, no importará quién ha acumulado más riqueza ni
quién ha llegado más lejos. Lo único que importará es quién lo disfrutó más.
Ama más quien más ha servido, porque aprecia su vida y la de los demás.
Todo tiene su tiempo, y todo lo que se quiere debajo del
cielo tiene su hora. Tiempo de nacer, y tiempo de morir; tiempo de plantar, y
tiempo de arrancar lo plantado;
Eclesiastés 3:1-2
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